Antes de morir, Magda, la mujer de Tomás, planeaba con él un viaje a Vladivostok. Dos años después, superado el dolor más intenso, él intenta encontrar sentido en su día a día como viudo y jubilado: lee los libros que ella dejó pendientes, recorre los cerros de su urbanización en bicicleta y queda con su mejor amigo, que insiste en buscarle una nueva pareja. Pero el verano cambiará completamente con la llegada de una nueva vecina y su hijo, y esto hará que Tomás se replantee qué hacer con sus últimos años de vida.
Con un tono brutalmente honesto, Lluís Oliván hace un retrato de una vejez agridulce y de una vida llena de contradicciones y de momentos de vitalidad, y nos demuestra que mientras sigamos haciendo camino podremos afirmar que todavía estamos vivos.