El día 25 vio la luz una novela que estábamos esperando con mucha ilusión en la agencia, Estirpe de sangre, de Sandra Aza, publicada por Planeta. Después del éxito de Libelo de sangre, donde la autora nos dejó en ascuas, mostrándonos el mundo de la calle y de las miserias, en el Madrid del Siglo de Oro, ahora nos lleva al universo de la aristocracia. Estirpe de sangre, la continuación de Libelo de sangre recupera esos personajes que nos enamoraron y anuda los cabos sueltos que dejó aquella, y empieza donde acababa la anterior.
Es la hora de restaurar el honor familiar, es la hora de culminar la venganza.
Tras el auto de fe que lo ha dejado huérfano, Alonso acude a la Inclusa para recuperar a su hermano Diego, pero allí enfrenta la peor de las noticias cuando le comunican que el niño murió al poco de ingresar. Roto de pena, se apoya en sus amigos Juan y Antonio, quienes le ayudan a superar esta nueva pérdida sumergiéndole en el duro pero fascinante mundo de la picaresca. Sobrevive en las calles de Madrid, tiene catorce años, pero aparenta los dieciséis que finge tener, y vive a salto de mata, manteniéndose con hurto y ejercicios de tahúr en los garitos. Alonso tiene una misión, a la que se ha comprometido ante sí mismo: estudiar Leyes, convertirse en abogado y restituir el honor de su familia. No quiere la venganza por medios que no sean legales, sino que la justicia condene a los culpables y reconozca la inocencia de sus padres. Solo entonces recobrará su verdadera identidad. En general, quiere, cuando sea abogado, conseguir justicia para quienes, mereciéndola, no la obtienen. Quiere impartir justicia desde la Justicia.
Una noche rescatan de un atraco a don Gonzalo Soto de Armendía, marqués de Velarde, quien los recompensa incorporándolos al servicio de su casa. Este nuevo vuelco en la vida de Alonso le abrirá las puertas de otro Madrid muy distinto al que conoce, el de la aristocracia; le sumergirá en un sinfín de aventuras y desventuras; le pondrá en el camino a personas que marcarán su futuro y también su pasado, y, sobre todo, le brindará la oportunidad de consumar su venganza y al fin restaurar el honor de los Castro.
Junto a la trama, los personajes o el contexto histórico, el suspense y la emoción son dos ingredientes que sobresalen en Estirpe de sangre. En cuanto al primero, la autora aplica la receta del gran Hitchcock, que él mismo resumía así: «un hombre está sentado en un sillón debajo del cual hay una bomba; él no lo sabe, pero el espectador sí». Es decir, el espectador -el lector, en este caso- sabe siempre más que los personajes. Y ese contraste carga de tensión el relato.
Por otro lado, los temas de fondo de Estirpe de sangre vienen envueltos en una intriga digna de las mejores muestras del género. Esto es palpable en el desenlace, cuando un heterogéneo grupo de personajes se unen, cada uno con una tarea -«Todos a trabajar. La partida ha comenzado»- para desenmascarar a los Valcárcel y resolver definitivamente todo lo relacionado con el libelo de sangre y sus consecuencias. En ese grupo variopinto que, entre otras cosas, tiene que localizar a los desaparecidos testigos de los delitos de los Valcárcel, hay nobles, plebeyos, un prófugo de las galeras, un abogado listo y de oscura trayectoria, y un testigo esencial que es un niño mudo.
Una de las grandes bazas de la novela es presentar un fresco social de la época a través de sus personajes. Estos van de la aristocracia a las clases más populares. Como en la novela anterior, la autora va tejiendo con mano maestra los múltiples hilos que componen Estirpe de sangre; una absorbente urdimbre de personajes, situaciones y casualidades (o causalidades) que marcan el desarrollo de los acontecimientos. El azar, con sus vueltas y revueltas, encuentros y desencuentros de los protagonistas, lances afortunados e inconvenientes imprevistos, tiene un gran peso en el relato. Esta es una historia, como dice uno de sus personajes, cuyos hilos manejan los hados. O, como dice Alonso hacia el final de la novela, «ni la vida ni el amor suelen escribir la historia como nos gusta».
Una novela espléndida, que estoy segura de que va a captar la atención de los lectores que ya son fans de Libelo, y arrastrará a los pocos que todavía no han leído la primera, porque Sandra Aza consigue con esta bilogía hacer la gran novela sobre Madrid que todavía no existía.